Las románticas ruinas del monasterio cisterciense de Bonaval se encuentran perdidas en un valle serrano de la provincia de Guadalajara, cerca de Retiendas, en la comarca de Tamajón, a las puertas ya de la Sierra Negra del Ocejón. Se llega andando desde la carretera que va de Retiendas a Valdesotos. Siempre es un agradable paseo el que se hace por un camino de tierra entre robles. La llegada y la visita merecen la pena.
El Monasterio
El nombre de este monasterio alude claramente al entorno geográfico en que se asienta: un breve y estrecho valle, encajonado entre las altas sierras que se desgajan hacia el Sur desde el macizo central de la Somosierra. Un breve arroyo lo nutre: previamente ha pasado lamiendo las edificaciones del lugar de Retiendas, y poco después de regar las hurtas monacales da en el río Jarama. Justo en el punto en que el estrecho valle del arroyo de Retiendas se abre en el más ancho de Jarama, y escoltado de álamos, de densos encinares y altas crestas pizarrosas, se asienta el monasterio que fuera antaño de monjes cistercienses, y hoy es solo un montón de ruinas cargadas, eso sí, de la belleza y la melancolía con que el tiempo pretérito deja impregnados estos lugares.
Puede señalarse la fecha concreta de 1164 como la de fundación de este cenobio. En ese año, el rey Alfonso VIII de Castilla, muy aficionado a la naciente Orden monacal de San Bernardo, concedió aquel buen valle a unos pocos monjes cistercienses, a los que ponía como condición que lo habitasen velut precarium (como de prestado) y que en ese lugar cumplieran con la doble misión que estos monasterios medievales tenían en la estrategia político- militar de los reyes castellanos: la de repoblar su entorno, y servir de barrera en caso de una, ya improbable, nueva invasión agarena. Pocos años después, en 1175, y por escritura fechada en Fitero, uno de los más antiguos e importantes cenobios bernardos del territorio hispano, Alfonso VIII cedía definitiva y completamente Bonaval a la orden de los monjes blancos, y a su abad don Nuño en representación de todos ellos, tanto de los presentes como futuros monjes que allí vivan. Los primeros pobladores fueron venidos del Monasterio de Valbuena, en Palencia.
En esta carta, que podríamos llamar "de fundación", Alfonso VII, junto con su mujer doña Leonor, hace merced a don Nuño Abad y monjes de la Orden Cisterciense, del Monasterio de Santa María de Bonaval, en el que desde algunos años antes habitaban, para que lo poseyeran perpetuamente, con todos sus pechos, derechos y demás pertenencias. Poco antes habían "apeado, delineado y dividido" las posesiones territoriales del cenobio, para que fuera de todos públicamente conocido. Y se hizo de la siguiente manera: desde la Iglesia de Arretiendas (Retiendas), directamente hasta el Molino del lugar de Tamajón situado en la Sierra, y por la otra parte desde la misma Iglesia, en derechura hasta el camino de Guadalajara, como corrían las aguas en el término de la villa de Uzeda, y a la otra parte desde el Valle de Sotos (Valdesotos), hasta la sierra de Elvira, y de dicho valle a la Serranía, transitando más allá de ella, hasta el valle de Muratel (Muriel, en el Sorbe), dándoles todas las tierras, heredades, labradas y por labrar, aguas, prados, pastos, haciendas, rentas y demás derechos que se incluyen en los referidos términos. Les dio también el lugar de Carranque con todas sus pertenencias, y en Uceda les hizo dueños de ciertas viñas con un huerto, y otra tierra que estaba contigua a otra que pertenecía a Fernando Martínez.
Por parte de las personas reales, recibió de Alfonso IX, en 1224, una nueva heredad, esta vez en Alcazariella, señalándola con todo cuidado sus términos y fronteras. En 1253, Alfonso X, junto a su mujer doña Violante, confirmó todos los privilegios y donaciones de sus antepasados. Incluso el que Enrique I dio en Segovia, a 17 de febrero de 1216, eximiéndole de pagar portazgo o pasaje, lo mismo que hará, en 1218, Fernando III, acogiendo bajo su protección a Monasterio, abad y monjes, así como a sus renteros, pastores y ganados, para los que da permiso puedan pastar en cualquier parte de su reino, y pasen todos los puertos y caminos sin pagar las tasas acostumbradas. Todo ello sería confirmado nuevamente por Juan II, en 1417.
La vida de esta abadía continuó en su tono discreto, metódico y feliz, ocupada en construir su templo, claustro y viviendas, administrar sus posesiones, y servir de ejemplo, unas veces bueno, otras no tanto, a las sencillas gentes de la región, agria y difícil, de la serranía de Tamajón. Tuvieron, como es lógico, sus pleitos y discusiones, muy especialmente con el Concejo de Uceda, a propósito de ciertas heredades en aquel término. En 1459 se hizo la reconciliación de unos y otros, siendo abad don Diego.
Llegada la hora de las reformas y primeros ajustes de la Orden, Bonaval vio reconocida su poca importancia, al perder su carácter de abadía, ser incorporada a la Congregación Cisterciense de Castilla, y quedar sujeta, en forma de priorato, a la jurisdicción de los bernardos de Monte Sión, en Toledo. Poco a poco fue adquiriendo el carácter sumiso y humilde de "residencia para ancianos" de la orden cisterciense, en donde se preparaban a bien morir, al tiempo que descansaban de su más o menos ajetreada vida, los más veteranos monjes blancos de Castilla. Su clima y su tranquilidad fueron alabados incluso por los historiadores de otras órdenes religiosas.
En 1713, acabada la guerra de Sucesión con la victoria del Borbón Felipe, V de su nombre en España, le fue nuevamente reconocido a Bonaval su exención de pagos al Estado, confirmándole su posesión de territorios anejos, en Carranque, y en Uceda: todo para que continuasen, como desde hacía más de 500 años venían cumpliendo, con oraciones y ruegos a Dios por las personas reales.
Aunque no sufrió grandemente en la guerra de la Independencia, por haber sido aquel territorio poco castigado de la francesada, no pudo resistir, sin embargo, el embate del trienio liberal que en 1821 acabó con algunos venerables cenobios, entre ellos el de Bonaval. Los monjes se retiraron a su casa madre, en Toledo, y el edificio fue vendido a particulares, que no se preocuparon en absoluto de su conservación, viniendo a la ruina en que hoy le vemos.
Su archivo se dispersó en su mayoría; sus libros, sus joyas, sus pertenencias más diversas cayeron en manos (por no decir garras) de anticuarios y oportunistas, y solamente algunas piezas artísticas pasaron a la parroquia de Retiendas, donde hoy se veneran. Entre ellas contamos un Crucificado de toscas y populares maneras, y una deliciosa imagen gótica, sedente, tallada en alabastro, que tienen por milagrosa en el pueblo, y que representa un importante documento artístico del arte del siglo XV en sus finales. Nada más, si no son algunos capiteles repartidos por casas y en la fuente del pueblo, queda de Bonaval.
El edificio
Las ruinas del monasterio cisterciense de Bonaval son muy expresivas de la arquitectura de esta orden monacal en la Edad Media, y a pesar de su lamentable estado de ruina y abandono, merece la pena realizar, incluso a pie, desde Retiendas, el viaje que permite contemplarlas en todo su sabor.
De la antigua abadía solamente quedan los restos de su iglesia, y algunos paredones inexpresivos de lo que fueran las dependencias monacales (celdas, refectorio, salones, etc.) aunque sin poder especificar el uso de ellos, pues nada más que muros y desmochados vanos quedan.
El templo de Bonaval, sin embargo, es un ejemplar arquitectónico de gran interés que pasamos a describir y valorar, pues a la curiosidad de la disposición de su planta, de su inacabada estructura, y de la valiente y hermosa pureza de sus formas en bóvedas y muros, añade la abundancia de elementos decorativos, puramente cistercienses, que conviene resaltar.
Se trata de un templo de reducidas dimensiones, de planta rectangular, con tres naves, y dos tramos solamente en cada una de ellas. Primitivamente debió tener tres tramos, pero un derrumbamiento y el aprovechamiento del espacio del tramo de los pies para construir en él parte del convento, la dejó reducida a lo que hoy se ve.
La cabecera es triple, como corresponde a un monasterio masculino, al objeto de que pudieran decirse al menos tres misas al mismo tiempo, una en cada uno de los altares de dicha cabecera. Hoy solo se conserva en pie dicha cabecera, con sus tres ábsides cubiertos, la nave meridional, y los muros del resto del templo. Adosada al ábside del Evangelio aparece una pequeña estancia de bóveda de cañón apuntada, que corresponde a la antigua sacristía.
Todo él construido con piedra caliza de color blanquecino, ofrece pureza en las líneas y riqueza en la ornamentación de los capiteles. La portada meridional, y principal, es de arco apuntado, muy abocinada, teniendo su hueco por escolta cuatro columnas a cada lado, coronadas de capiteles de decoración vegetal (algunos ya faltan), de los que parten las arquivoltas molduradas, cobijadas todas ellas por una cinta externa de puntas de diamante.
Sobre el cuerpo de la puerta se alza, grandioso, un ventanal que en funciones de rosetón iluminaba el primer tramo de templo, con valor de crucero. Este ventanal es ajimezado, y al exterior se decora por chambrana formada por arcos pequeños, y apuntados, en hueco, lo que le confiere un enorme interés dentro del conjunto de la decoración arquitectónica de filiación cisterciense.
La planta del ábside mayor es cuadrada en su presbiterio, y poligonal de tres lados en su remate. Los ábsides laterales son de planta rectangular. Se comunican entre sí los tres espacios por puerta abiertas en el espesor de los muros. La bóveda del ábside central es sex partita, y los mismos que los ábsides laterales se forman por ojivas de medio punto. También las naves se cubrían de bóvedas nervadas, con los nervios muy marcados. Solamente el lado meridional del crucero se cubre de bóveda de cañón apuntada.
Todas las bóvedas y sus correspondientes nervaduras apoyan en pilares adosados a los muros y soportes entre las naves. Lo hacen a través de de una cornisa que a su vez es soportada por grupos de capiteles, en los que sorprenden la limpieza de la talla, siempre con decoración vegetal minuciosa y elegante, propia de la primera mitad del siglo XIII, lo que nos permite fechar la construcción.
El ábside central y el del lado del Evangelio se iluminan a través de esbeltos ventanales apuntados, estrechos, con gran derrame interior, formados al exterior por columnillas, pequeños capiteles, arquivoltas muy finas y chambranas externas de puntas de diamante.
Es de anotar también la existencia de una torre adosada al muro meridional del templo, y que ofrece una escalera de caracol en su interior que permite hoy subir hasta los bordes de los muros y las bóvedas que quedan. Es esta una excursión, en cualquier modo, peligrosa. Pero la admiración de Bonaval y las ruinas de su antiguo monasterio bien merecen el viaje y la visita detenida.
(texto tomado de Internet del libro Monasterios Medievales de Guadalajara, AACHE Ediciones y fotos hechas por mi.)
A parte de contaros su historia y recomendaros un lugar a donde ir, pues merece la pena. Quiero denunciar la situación de abandono y deterioro que sufre. El paso del tiempo ha hecho mucho daño a esta preciosa construcción. Es una lástima que nadie se preocupe y ahí este en el olvido, sin que nada se haga por remediarlo. Tenemos un patrimonio que la historia nos ha dejado y las Instituciones Oficiales no se preocupan en conservarlo. Lo más curioso es que cuando llegas al Monasterio, no ves la puerta frontal, sino que entras por los laterales, ya que los muros tienen las suficientes aperturas para permitir el acceso. Pero es paradójico, que en lo que se supone podía ser la puerta principal (es la primera foto de arriba que se ve) haya un pequeño cartel semitapado por la vegetación que dice: "No Pasar. Peligro Desplome". Todo hace pensar, que las diferentes autoridades creen que poniendo este cartel ya cubren su responsabilidad, olvidándose por completo en tomar las medidas adecuadas, como vallando el recinto para que en caso de que efectivamente se produzca un desplome no ocurra ninguna desgracia. Aquí os dejo la foto del cartelito, el cual he tenido que agrandar para poder leerlo.